Paraiso terrenal
Es 26 de octubre, y esta noche tengo la fiesta de Halloween más esperada de-mi-vida. No suelo ser fan de celebrar fechas que promuevan el consumo desmedido, pero este año es diferente. La spooky season despertó mi interés cuando la organizadora de Bliss mencionó que era una de sus épocas favoritas y, por supuesto, quería que la celebráramos juntas. Nunca antes había dicho sí tan rápido.
Al principio tuve mis dudas. Me enteré del evento a través de un podcast titulado Así es una orgía de mujeres, y aunque la idea de una fiesta exclusiva para feminidades, donde ser completamente libre en un espacio seguro con un cuarto... ¿violeta? (whatt?!) sonaba fascinante y tentadora, también me resultaba intimidante.
Tengo 30 años, ansiedad social por mi neurodivergencia, y mi historial amoroso se limita a relaciones largas solo con hombres, a excepción de un único beso inolvidable con una mujer —con One More Time de Daft Punk sonando de fondo en el Soberbia—. Además, siempre he sentido un miedo casi insuperable a compartir mi cuerpo. Explorar mi bisexualidad ha sido, por decir lo menos, complicado.
Aun así, el deseo fue más fuerte, y después de meses de pensarlo y postergarlo, me inscribí un día sin más. Mis expectativas estaban por las nubes, no solo con respecto al espacio, sino también hacia mí misma. Creía estar lista para dejar la vergüenza de lado y ser libre... pero eso no pasó.
Sin embargo, el lugar superó todo lo que había prometido y más allá de lo que mi imaginación podría haber concebido. No esperaba que, a pesar de mi vergüenza, me sintiera tan cuidada y acogida por un grupo de amigaes que se acompañan en la travesura, sí, pero también en la lucha por crear un espacio para todaes, en un mundo que, a menudo, parece querer dejarnos fuera.
Después de lo apapachada que me sentí aquella primera vez, hoy estoy mucho más tranquila. Sé qué esperar y estoy emocionada por volver, esta vez con expectativas mucho más realistas y un plan para mi ansiedad social: llegar temprano para integrarme con menos esfuerzo.
Dos horas antes del evento me encuentro bañada y fresca. He conseguido un disfraz bastante revelador y aún estoy decidiendo qué ropa interior usar. El disfraz, blanco y de una sola pieza, contrasta hermosamente con mi piel morena. Deja al descubierto mi ombligo y mis piernas se asoman entre una cortina de tela que llega casi hasta el piso. Me miro en el espejo y me sonrío; hace mucho que no me sentía tan hot.
La primera opción de ropa interior grita “¡cómanme!”, y si se la viera a otra chica, seguro querría saltar sobre ella. Me hace sentir atractiva, pero hay algo que no encaja; algo me incomoda. Suspiro y me pruebo mi segunda opción: un short que llega a la mitad del muslo. No se ve tan espectacular y apaga un poco el potencial del disfraz, pero me siento cómoda. Me frustra un poco, pero sé que lo mejor para mí es ir lo más cómoda posible si quiero sentirme libre durante la fiesta. Quizá el próximo año me atreva, me digo a mí misma mientras me pongo un abrigo y salgo hacia el auto.
El reloj marca las 21:02 cuando me estaciono frente a una casa con cámaras. No hay ningún letrero de “no estacionarse”, así que me bajo del coche. La brisa helada de la noche me acaricia, un rico olor a bosque llena el aire y mi corazón se acelera. No estoy segura si es la adrenalina de andar sola tan tarde en esta ciudad oscura, o si es porque mi cuerpo sabe que estoy a un par de minutos de entrar a un edén. Sea lo que sea, tomo aire y camino hacia el lugar.
Para mi fortuna, justo están abriendo el portón cuando llego. Doy mi nombre y, mientras me dan acceso, saludo a un par de caras conocidas. Una vez adentro de la elegante casa, subo las escaleras hasta el segundo piso, tal como se me indicó. Avanzo en una fila hasta llegar a una chica guapa que me pregunta qué color de pulsera quiero usar. No quiero perderme toda la diversión con la pulsera roja, pero definitivamente no estoy lista para compartirme sin reparo con la verde, así que elijo la amarilla.
Cuando es el momento de quitarme el abrigo para dejarlo en paquetería, se me seca la boca. Está claro que elegí la opción correcta para mi outfit, porque incluso siendo la más conservadora, me cuesta no querer salir corriendo. Intento actuar con naturalidad mientras me abro paso hacia la barra. Ahí ya hay un grupo de chicas que me incluyen en cuanto llego. Como la música aún es tipo elevador y está baja, nos presentamos y platicamos un rato. Mi plan de llegar temprano ha sido un éxito rotundo.
Lucy y Alex llevan cinco años juntas y están abiertas a explorar por separado o a conocer a una unicornia. Una va disfrazada de Rapunzel y la otra de su príncipe; sus disfraces no muestran mucha piel, pero la personalidad de Lucy es abierta, seductora y pícara, mientras que Alex es tímida, pero con un aire intrigante.
Cami no lleva disfraz; se ve segura de sí misma con unas botas y minifalda negras, una blusa oscura a rayas y un peinado de media trenza que resalta su cabello corto y rizado. Su rostro es precioso, y sus piernas hacen que sea imposible no voltear a mirarlas. Está con toda la actitud de disfrutar su reciente soltería.
Angie va de dominatrix; la ropa negra de piel se ajusta perfectamente a su figura seductora. Es más alta que yo, pero también más joven, con cabello negro, largo y liso. Tiene una actitud nerviosa, pero juguetona, y lleva un látigo en las manos.
Después de un rato, ya nos hemos hecho amigas todas y se nos han unido una diablita y otra chica sin disfraz. La música ha comenzado a subir y el reguetón no se ha hecho esperar. Un gran círculo se ha formado alrededor de la pista de baile, con casi todas las asistentes moviéndose al ritmo. Donde quiera que volteo, veo mujeres libres, entregadas al baile. Y luego está Cami, que me hipnotiza con cada uno de sus movimientos.
Al cabo de un rato, no puedo contenerme más. Me armo de valor, me acerco a ella y le confieso que no sé perrear (nunca pensé que podría usar algo así a mi favor). Le pido que me dé unas clases y ella, deslumbrante, me da un par de tips y se coloca detrás de mí, tomándome de las caderas para marcarme los pasos. Yo estoy que me derrito, intentando por primera vez en mi vida no hacerlo tan mal. Después de un momento que se alarga como una eternidad, mientras sus dedos se deslizan por mis piernas desnudas, la miro a los ojos y nos fundimos en un beso largo y delicioso.
Siento cosas de mujertss mientras nos reincorporamos a la pista de baile. La noche se va pasando entre risas, el disfrute de mi cuerpo, baile, besos y un sinfín de imágenes increíblemente sensuales. Todaes aquí hemos venido a disfrutar, y vaya que lo estamos haciendo.
No sé cómo, pero he terminado abrazada a Cami y Angie, envueltas por su látigo, compartiendo picafresas. Para este punto estoy totalmente desinhibida; el mojito que pedí a surtido efecto. Estamos en OTRA ronda de besos. Cami, que ahora muerde la picafresa, nos provoca y nos acerca; le pasa la picafresa a Angie y, después de devorarse mutuamente, Angie se acerca a mí para besarme con ferocidad, haciéndome sentir exquisitamente deseada. Me pasa una casi inexistente picafresa, que terminamos por consumir en OTRO beso de tres.
Todos mis sentidos están alerta; mi ropa interior está húmeda y mi cuerpo palpita de deseo a cada contacto con ellas. La pregunta flota en el aire, solo falta quien la aterrice: "¿Hacemos un trío?". Estoy a punto de decirlo cuando nos sacan de nuestra burbuja para anunciar que el show de Shibari está por comenzar. La tensión se rompe y me doy cuenta de que no hay necesidad de forzarlo; mi intuición me dice que esto se dará de forma orgánica. Así que me apresuro y me aseguro de tener un lugar en primera fila.
Cuando el show termina, estoy segura de que no soy la única en la audiencia deseando acercarse, tocar suavemente, besar apasionadamente... y ¿ser sujetada así?. Ver cómo las cuerdas delinean el cuerpo, cómo las manos expertas tensan y sueltan a voluntad, me hace preguntarme cómo sería estar en ese lugar, a merced de alguien que sabe leer el lenguaje de mi piel. ¡Qué rico es descubrir nuevas formas de placer!
Con esa calidez aun recorriendo mi cuerpo, regreso a la pista de baile. Me encuentro con Alex, y en poco tiempo hemos formado nuestro propio círculo junto a las demás. Me siento completamente libre en mi cuerpo, y la energía fluye entre nosotras como un latido compartido. Estoy encendida, mi piel vibra al ritmo de la música, mi deseo se hace palpable. No sé si las demás lo notan, pero cuando pego mi cuerpo al de Lucy y deslizo mis manos por toda su figura, el contacto me resulta delicioso, casi adictivo.
Mi cuerpo grita Quiero comérmelo todo y quiero que me devoren. Dejo caer mi cabello hacia un lado, exponiendo mi cuello, ofreciéndolo como una invitación tácita. La respuesta no tarda; siento los dedos de Lucy tomándome con firmeza de la cintura, acercándose para susurrarme al oído. Su aliento caliente y su voz baja me erizan la piel: "Alex tiene una pregunta para ti".
Entonces, Alex aparece frente a mí con esa sonrisa irresistible que había notado desde el principio. Su mirada se encuentra con la mía, y siento cómo una chispa de deseo pasa entre nosotras ¿Nos vamos al cuarto? pregunta, y casi no puedo creer la facilidad con la que mi boca responde, tan segura como mi mente: Sí.
Alex me toma de la mano, y yo tomo la de Lucy. Caminamos juntas, atravesando el bullicio de la fiesta, y mi corazón late con fuerza a cada paso que damos hacia el famoso cuarto violeta. Por un instante, los nervios intentan traicionarme, haciendo que mi respiración se acelere y mi mente corra con pensamientos de dudas e inseguridades. Pero cuando miro a Lucy y Alex, y veo sus grandes ojos, esos nervios se disipan. Sé que estoy a salvo aquí, estoy en buenas manos y ellas traen protección.
Entramos al cuarto y la atmósfera cambia. La luz es tenue, el olor a cuerpos cálidos inunda el espacio. Me siento a la vez expuesta y cuidada, con una mezcla de excitación y curiosidad recorriendo mi piel. Alex me acorrala suavemente contra la pared, sus dedos recorriendo mi rostro antes de deslizarse hacia mi cuello. Lucy, por su parte, se coloca detrás de mí, sus manos explorando mi cintura y mis caderas, marcando un ritmo lento pero firme. Siento cómo mi cuerpo responde a sus caricias, cómo se enciende aún más con cada roce, cada suspiro.
Estás preciosa, me susurra Lucy al oído, mientras sus labios rozan mi piel, Alex se inclina hacia mí, sus labios encuentran los míos en un beso profundo, que siento en cada fibra de mi ser. La conexión es instantánea, cargada de deseo y curiosidad. No estamos descubriendo, saboreando el momento.
No hay prisa, solo el presente. Aquí entre sus brazos, con el eco de la música de fondo y el murmullo de la fiesta tras un muro transparente, me dejo llevar, entregándome a esta experiencia que había deseado por tanto tiempo.
Nos hacemos espacio en la cama, que ya está parcialmente ocupada por cuerpos entrelazados y susurros ahogados. Con las motivaciones correctas, la ropa interior —que me había causado tantos dilemas toda la noche— ahora se siente como un estorbo. Me despojo de ella casi sin pensar, y siento cómo el peso de mis propias inhibiciones cae al suelo junto a la tela. Lo que sigue es un torbellino de sensaciones que jamás había experimentado. Nunca me había permitido devorar así, atascarme. Exploro cada rincón con lengua y manos; me deslizo entre suaves colinas y curvas carnosas me recorren y me guían hacia lugares insospechados de mí misma.
Me pierdo en el tacto de sus cuerpos, el roce de sus pechos deliciosos contra mi piel, unos labios que se deslizan por mi cuello mientras otros recorren mi vientre y bajan entre mis piernas. Me acomodan y en complicidad se miran. Y entonces llego, el paraíso toma forma terrenal en ese instante. Ahí en medio de un lugar que supera la ficción, vestida como reina egipcia, me descubro a mí misma en la tierra de las diosas, gimiendo y palpitando de placer. Cuando las miro, me devuelven una sonrisa, satisfechas de haber cumplido un pacto silencioso.
...
La siguiente vez que miro el reloj, es la 1:00 en punto. Tengo mi abrigo puesto, pero todo mi ser parece más ligero. El lugar se siente completamente alejado de la realidad: mujeres desnudas se toman de las manos, corren en grupos, libres, danzan como si invocaran algún hechizo antiguo, Es como estar dentro de una película de brujas, pero esta vez, yo también soy parte del aquelarre.
Estoy eufórica, aunque exhausta, mi mente despejada, y tengo una sonrisa en mi rostro mientras canto intensamente Rosa Pastel. Estoy soltando. Estoy floreciendo.
Es 27 de octubre, y esta noche me encuentro en la fiesta de Halloween más memorable de-mi- vida... hasta ahora.
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