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Eleventy Base Blog v9

Sobre algunas flores que he sido y soy

Estoy confundida, triste, desesperanzada, intensa, imparable. Soy una tormenta, soy mil emociones, y tengo un único objetivo: avanzar con el corazón hecho añicos, pero avanzar. Es 2016, tengo 21 años y la vida se me está cayendo a pedazos sin que entienda por qué. En negación y sin mucho análisis, he decidido que tras la ruptura con mi novio de cinco años —a quien le di un anillo de promesa— es una gran idea comenzar a tener citas por medio de una app. Me encuentro en la flor de mi juventud, de mi inexperiencia.

He puesto en la app de citas que quiero salir con hombres y mujeres. Es extraño, porque hasta este momento se me ha ocurrido que quiero hacerlo, y ni siquiera me he cuestionado de dónde ha salido esta idea. El punto es avanzar.

Es viernes 13 de mayo. Se supone que es un día de mala suerte, pero para mí pinta prometedor. Una chica con la que hice match y yo hemos acordado tener una cita en una plaza cerca de mi universidad.

Al son de mis canciones favoritas, me arreglo para la primera cita con una mujer en mi vida entera. Los nervios me revuelven el estómago y la emoción se siente hasta la punta de mis dedos. Se siente como demasiado bueno para ser verdad, como una capa que por encima me ha envuelto para soportar. Y está bien. En estos momentos, esta capa me ofrece un respiro al dolor, que acepto con entusiasmo. Me repito que esto es avanzar.

Mariana, en persona, me parece mucho más hermosa que en sus fotos. Trae los labios pintados en un rojo vivo y su conversación me parece demasiado interesante. Es inteligente y apasionada de su carrera, como yo. Me siento entre las nubes, me siento afortunada. Hemos recorrido la plaza, primero sentadas en un lugar iluminado por el sol y luego, ante los nervios y la atracción y sin saber muy bien cómo manejarlos, nos hemos puesto a caminar en círculos. Me ha dado el nombre de un par de sus libros favoritos; entre ellos se encuentra El Banquete de Platón.

Me ha contado sus historias de desamor y me doy cuenta de que estoy tomando nota demasiado conscientemente de que yo no quiero hacerle daño. Me he preguntado un par de veces cómo se sentirá besarla y, sin embargo, me he abstenido. ¿Qué es eso de besar en la primera cita? ¡Esas cosas no se hacen! Ya al final, en el puente para entrar al Metrobús, no he podido detener mis impulsos: el deseo de tener contacto físico con ella me ha ganado, y me he permitido acercarme como nunca. Es extraño: ella es un poco más pequeña que yo, y la envuelvo en un abrazo. De esos que solo me he dado con el que fue mi novio. De esos en los que se siente corazón con corazón y el mundo se detiene. De esos donde hay una promesa no verbal sobre cuidados. De esos donde el mundo ya no importa y te sientes en paz. De esos que pensé que no podría sentir con nadie más. Y heme aquí, sintiendo.

Cuando nos separamos y me voy a clase, el mundo se siente diferente. Estoy segura de una cosa: ella me gusta, y creo que es alguien que puedo llegar a amar. A más de seis meses de mi ruptura, un rayo de esperanza ilumina mi interior. Para Andros, ha sido importante mantener la comunicación, a pesar de la ruptura. Para él, es casi una ley universal. Cuando las parejas terminan, seguir hablándose es un buen indicador. Así que, a pesar de lo complicado que ha sido, nos amamos tanto que ahora estamos construyendo una bonita amistad. A pesar del dolor, esto es avanzar

Esta tarde me ha invitado a cenar, como ya es costumbre entre él y yo. No es mi estilo ocultarle las cosas que son importantes para mí, así que cuando la conversación lo amerita, cuelo la nueva información: estoy saliendo en citas. Evalúo su expresión. Parece algo sorprendido, pero lo acepta. Sigue con naturalidad nuestra conversación y me pregunta por más detalles. En la flor de mi juventud, de mi inexperiencia.

Su expresión cambia cuando menciono que, de hecho, mi cita fue con una ella. Dice una sarta de cosas sin sentido. Me explica sobre las lesbianas, al parecer todo lo que no sé porque soy demasiado inocente. Yo estoy anonadada. Obviamente, ha sido pésima idea contarle. De todos los prejuicios que menciona, me pregunto si habrá algo de verdad, porque —a decir verdad— tiene algo de razón: no sé nada de lesbianas. Cuando salgo de mi ensimismamiento ante la revelación de que acabo de hacer algo fuera de la norma sin darme cuenta, me encuentro con un Andros muy molesto y muy seguro de su aseveración: Él no será mi amigo si yo sigo saliendo con mujeres. Se siente más como un miedo suyo a no poder competir. ¿Y quién soy yo para causarle dolor a alguien que amo? Yo no abandono a las personas que amo. La decisión está tomada. Además, ¿Mariana qué? Apenas la conozco. ¿Por qué me dolería perder a alguien que apenas conozco? En la flor de mi juventud, de mi inexperiencia.

El corazón se hace chiquito, me aprieta, y no entiendo por qué. ¿Por qué no se siente como perder a alguien que apenas conozco? ¿Por qué se siente como perder una parte de mí? ¿Por qué se siente como volverme gris? ¿En qué momento deposité tanto en alguien que vi una vez? ¿Por qué soy así? ¿Por qué amarlo se siente a la vez como perder libertad, si no me ha quitado nada? Al fin y al cabo, ni yo entiendo de dónde saqué la idea de tener citas con mujeres, si yo no sé nada de lesbianas. En la flor de mi juventud, de mi inexperiencia.

Tomo el metro para llegar al lugar donde acordé con Mariana. Voy tarde y no estoy segura de qué voy a decirle. Una parte de mí sabe que habría sido más sencillo cancelar nuestra cita y ya. La otra no pudo evitar querer verla una vez más. Nuestro encuentro se vuelve raro e incómodo. O mejor dicho, lo vuelvo raro e incómodo. Así que para cuando nos despedimos, me siento aliviada de confirmar que, de hecho, dejar de verla no será tan difícil.

Ya no he vuelto a salir con Mariana desde hace un par de semanas, y sin embargo, no la he dejado de pensar. De todas las citas de Tinder que tuve, a ninguna le di explicación de nada cuando dejé de verlas. Y sin embargo, con ella es con la única que siento… ¿culpa? He visto el libro que mencionó como uno de sus favoritos y lo he comprado por mera curiosidad, y empiezo a sospechar que es un intento de conocerla más sin tener que verla. El libro, para mi gusto, es pesado, y sin embargo lo he llenado de notas y lo he hecho tan mío como he podido. Está subrayado, con anotaciones a los costados. Cada que puedo lo leo, y con más cariño de lo habitual, plasmo los pensamientos que tengo al avanzar en la lectura. Esto es algo muy común en mí, pero me resulta peculiar lo cuidadosa que estoy siendo con este libro en particular. De ahí vienen mis sospechas.

El fin del semestre se acerca, y siento que se me acaba el tiempo, que al regresar será demasiado tarde. Porque al regresar seremos otras, y nunca podré despedirme apropiadamente. Esta sensación me ha llevado a avanzar en la lectura apresuradamente, aunque ésta se siente infinita a ratos. Y cuando termino de leerlo, me siento lista.

Escribo una carta de amor y de despedida con las palabras que desearía que alguien me dijera. Escribo una carta de amor que me hace llorar. Escribo una carta de amor en las últimas páginas en blanco de la copia que tengo de su libro favorito.

Con la carta en mis manos, me dirijo a mi biblioteca favorita. Esa biblioteca que representa tanto para mí: la posibilidad de aferrarme a un sueño y a un futuro brillante. Esa que me encanta visitar en el piso de los libros de contabilidad, donde nunca hay muchos estudiantes y en medio de los estantes hay mesitas con tomacorrientes y lámparas, y las sillas son tan cómodas que puedo quedarme horas estudiando. Esa biblioteca que me ha dado tanto, que brilla después de cada lluvia y refleja con las luces encendidas pequeños destellos en cada piedrita de la que está hecha. Esos días son mis favoritos, porque el ambiente huele a tierra mojada, uno de mis aromas predilectos. Esa biblioteca que para mí tiene grandes ojos, y al entrar me abre las puertas a un nuevo mundo. Me devora, y cada que salgo de ahí se me ha otorgado otro pedacito del conocimiento de la humanidad.

La biblioteca central ha sido para mí siempre un lugar mágico y especial, por eso me parece adecuado involucrarla en este proceso. Quizás al volverla parte, duela un poquito menos. Quizás esta biblioteca me dé la fuerza para sostener este dolor y convertirlo en algo más.

En las computadoras de siempre tecleo el nombre del libro para ubicarlo dentro del lugar, me dirijo a los estantes y lo encuentro. Hay más de una copia, así que decido dejarlo después de la primera, por si alguna otra persona llega antes y se lo lleva sin querer. Aun así, le tomo una foto por pura precaución. Dejo mi carta ahí y le escribo un mensaje a Mariana con las indicaciones necesarias para que la encuentre.

No se ve tan alto desde aquí ¿Estoy despierta o estoy inconsciente? Chasing big dreams, pero no es suficiente Quizás me voy, que esto no es permanente Nada que iluminar, si ya estoy apagada (she's so lucky, she's a star) Me voy cayendo, a punto de estrellar Lucky to be a star, sin ley de gravedad So why am I fallin', fallin'?

La sepultura comenzó.

Estoy entendiendo. Inestable. Me siento en un rumbo de suerte no lineal. Me siento muy humana y he aprendido, a ratitos, a dejar de ser tan exigente conmigo. Y, sin embargo, se siente como si sanar fuera todavía algo a lo que apenas aspiro. En la flor de mi reencuentro, de mi aceptación.

Es 2022. Tengo 26 años y está por cumplirse un año de contacto cero con el que fue el amor de mi vida. Mi cantante mexicana favorita acaba de lanzar un nuevo sencillo, MÍA, hace un par de días, y eso me ha hecho reconectar más que nunca con otra canción suya:

A la misma vez que tú, se desprenden los imanes de mi vida, Se deshacen las cadenas y transparentan las heridas. Escarbo el suelo con las uñas, veo mi raíz ya está podrida. Arrancarla, aunque me duela, porque no me queda otra salida. Found my body inside a wall y la sal cayó por las mejillas. Fui a mi propio entierro y vi como las flores renacían.

Me he dejado llevar por el impulso de escribirle a la tatuadora con la que últimamente tengo una pequeña obsesión. Quiero un tatuaje que complemente al que representa mi nacimiento: una flor que salga de la tierra desde mis pies, una que represente esta canción. No estoy segura del todo por qué, pero parece poético tatuarme mi propio renacimiento en esta etapa tan esclarecedora. En la flor de mi reencuentro, de mi aceptación.

El día del tatuaje, tengo planeado verme con mi amiga Azucena. Está soltera y quiere encontrar una nueva novia. Caminamos por una colonia que se siente limpia y muy verdosa —considerando que estamos en la Ciudad de México, me atrevería a decir que casi se siente como estar seguras. Casi.

Para acceder al estudio, subimos unas escaleras y llegamos a lo que parece una biblioteca reacondicionada de una gran casa. Me siento por un instante transportada a la elegancia del pasado mientras nos sentamos a platicar, esperando mi turno. Azucena me comparte su proceso terapéutico y me muestra sus conversaciones con la chica que le gusta. Me pregunto cómo hacerle saber, de forma suavecita, que en los mensajes es evidente que la chica no está interesada.

Es ya mi cuarto tatuaje, pero de lejos el más ambicioso en tamaño y complejidad. Aun así, estoy segura de que estoy en buenas manos. La tatuadora y yo hemos estado reaccionando mutuamente en Instagram, y eso me hace sentir cercana a ella. No sé si eso es una bendición o una maldición de las redes sociales actuales.

Ella me muestra el diseño y me encanta. Acto seguido, comienza a trazar el borrador sobre mi piel. Me siento más nerviosa de lo normal y mi neurodivergencia dispara mi habla incesante. Aunque una parte de mí se siente avergonzada, otra puede apreciar cómo este espacio lo recibe bien, y cómo se construye una atmósfera amena, llena de risas a mi alrededor.

Una burbuja protectora se ha formado alrededor de este momento compartido. En la flor de mi reencuentro, de mi aceptación.

En esta burbuja, Ariel comienza a tatuar desde mis pies. Al principio, causa cosquillas y el dolor placentero característico que descubrí desde la primera vez que me tatué, y se siente disfrutable. Sin embargo, conforme avanza hacia mi tobillo, descubro una nueva sensación.

Parece que la tierra que representa mi entierro, mi muerte, ha dejado de ser una simple metáfora: ahora se ha vuelto literalmente dolorosa, tal como debería ser, figurativamente.

Me aferro a lo que puedo para resistir y lucho por no soltarle una patada a la tatuadora. Este momento, tan íntimo y lleno de revelaciones, debo confesar que me gusta. Por eso he querido hacerme este tatuaje con ella. En la flor de mi reencuentro, de mi aceptación.

Cuando el dolor se vuelve intolerable, le pido que pare un momento para darme un respiro. Sorpresivamente, esta petición no nace desde la vergüenza, sino desde la compasión. Y todas en el espacio parecen estar alineadas con eso pues la burbuja protectora nos envuelve por igual.

Después de la pausa, el resto del tatuaje se vive como al principio. Aun así, me deja un amargo sabor de boca, y estoy segura de que me lo pensaré dos veces antes de hacerme el próximo.

Cuando terminan, Azucena captura en una foto el momento. Me veo feliz, sonriente, iluminada por el sol.

Al salir, me dice que tiene ganas de ir al Soberbia. Y aunque estoy cojeando, me sumo. Ir hoy a un antro LGBTQ+ parece la cereza del pastel.

Se ha plasmado en mi piel el símbolo del amor y del reencuentro. Con todo el peso que eso tiene. Un símbolo que me hace sonreír.

Desde este acto, quiero permitirme registrar el momento en el que me reencuentro conmigo misma. Contemplar mi propio entierro y atravesarlo; Como la flor que ahora sube por el costado derecho de mi pierna: En la flor de mi reencuentro, de mi aceptación.

La semilla se ha vuelto a plantar.

Estoy cansada, contenta, estable. La vida empieza a darme sus recompensas, el presente es brillante. Ejerzo como ingeniera y tengo un puesto donde mi voz es escuchada. Desde hace un par de meses tengo la fortuna y la responsabilidad de conducir un auto, que me da una autonomía en términos de movilidad que no sabía que podría existir. Estoy en la flor del presente, de mi libertad.

He alcanzado gran parte del sueño prometido por la universidad y, aunque es agotador, jamás había disfrutado tanto de la vida. He dejado de transitarla en modo supervivencia y he comenzado, por fin, a vivir.

Es sábado 5 de octubre de 2024. Tengo 30 años y hoy me toca cubrir un turno nocturno. Aun así, me doy permiso de asistir a una actividad grupal que me llamó la atención desde que vi la publicación en redes: un taller sobre cómo ligar con morras.

Es la primera vez que llego al Chapultepec en auto y tengo suerte de encontrar estacionamiento gratuito dentro del lugar. Me pongo mis audífonos y camino a mi destino.

Me estoy encontrando y al fin se siente bien (-te bien) Hoy mi felicidad no depende de nadie

El día es delicioso. Corto el viento con mis manos mientras hago ejercicios de respiración al caminar. Observo los puestos de comida, un camino que baja, una reja que lo cruza, una bifurcación y los árboles que me rodean, que dejan pasar pedacitos de luz entre sus ramas y bailan al ritmo del aire. En la flor del presente, de mi libertad.

Encuentro al grupo y no tarda en comenzar la sesión. Formamos un círculo bajo la sombra de los árboles; somos muchas más personas de las que imaginaba. La dinámica de integración consiste en decir tu nombre, una anécdota que quieras compartir y tu orientación sexual. Una de las co-hosts de mi podcast favorito —que se ha vuelto un interés especial en los últimos meses— guía la actividad. Nos recuerdan que si no estamos seguras de cómo nombrarnos, no tenemos que hacerlo. Aun así, mi mente se enfrasca en el dilema de siempre: nombrarme o no. Nunca he dicho en voz alta mi orientación. Es más fácil decir que siempre he tenido novios y contar alguna anécdota sobre cuando noté que me gustaban las morras. Generalmente, eso basta. No sé bien qué anécdota elegir ni cómo hablar de mí, así que me concentro en las demás para inspirarme.

Cuando llega mi turno, mi cuerpo se tensa como si algo muy importante fuera a pasar. Me sorprende descubrir los puños apretados con más fuerza de la necesaria. Presentarme es algo que he practicado bastante en el trabajo, así que no entiendo esta reacción. Digo mi nombre y, con una voz que lleva una certeza desconocida hasta ahora, digo: “Soy bisexual”. Una pausa en mi interior ante el asombro: se siente como dejar de ser invisible para mí misma, como mostrarme al mundo por primera vez. Sospecho que solo es posible porque estoy en un lugar seguro, rodeada de personas como yo. En la flor del presente, de mi libertad.

En paralelo a esta ola de sensaciones internas, decido contar una historia que resuena con la de la chica anterior —que había sonado como un fail total—, como para hacerle saber que no está sola:

Una vez salí con una tatuadora que me gustaba mucho. La invité al Soberbia. Y fue. Y aunque bailamos muy hot y todo, como no sabía si yo le gustaba, no me atreví a besarla. Después de esa vez, perdió el interés en mí. Fin.

Nos reímos con un aire de tristeza compartida. Una a una, van contando sus historias, y la tallerista va intercalando nuevas visiones. Me reconozco en varias de ellas, y mi corazón se expande. Tal vez sí sé algo de bisexuales y lesbianas, después de todo.

Pasamos por una dinámica muy incómoda y al final las otras talleristas – que también tienen un podcast – han hecho una lista puntual de herramientas (que sigue sonando un reto para mí aplicar), al final, lo valioso de este momento son las amistades nuevas. Voy a comer con un par de ellas para conocernos un poco más y disfrutar estas conexiones, fruto de los espacios a los que hoy tengo acceso y que me permito gozar. En la flor del presente, de mi libertad.

A ratitos me alejo del presente y pienso en las personas que perdí para poder llegar hasta aquí. A quienes mi corazón ya ha perdonado, porque estoy segura de que a veces nos lastimamos sin querer, sin saber.

A ratitos me alejo del presente y pienso en las personas que perdí para poder llegar hasta aquí. A quienes mi corazón ofrece una disculpa, porque estoy segura de que a veces también lastimé sin querer, sin saber.

A ratitos me alejo del presente y me imagino mis otras vidas, con decisiones diferentes. Y entonces regreso, quiero seguir extendiendo este momento. En la flor del presente, de mi libertad.

El crecimiento de una flor ha comenzado.

Es 2025 y es otro día en el trabajo. Mis compañeros han hecho la “S”, señal para salir a nuestro spot favorito a pensar. Sigo el ritual al pie de la letra: empujo la puerta, respiro hondo la brisa que llega, miro a Enrique, recargo mi mano derecha en el barandal, atoro mi pie derecho en la parte de abajo. Enrique ofrece su mano; con la izquierda la tomo y empujo mi peso para sentarme en el barandal. Enrique, él se sienta junto a mí.

Este ritual me hace sentir particularmente querida y cuidada. Podría confesar que es mi parte favorita de estos días.

Peter y Joaquín se recargan en el barandal de enfrente. Alguno de ellos saca cigarros y los reparte. Yo me abstengo, mientras observo con atención para saber si se aproxima una sesión ingenieril o si solo estamos pasando el rato. Parece que es lo segundo, así que lanzo una de esas preguntas que se me ocurrió por la mañana, mientras escuchaba uno de mis podcasts.

Llevo meses construyendo cuidadosamente caminos para hablar de los temas que me importan con apertura y transparencia. En el pasado pensaba que el trabajo no era un lugar seguro —y aún no lo es en muchos aspectos—, pero en ellos, mis “hermanitos”, he decidido confiar. Y ha salido bastante bien.

Lanzo la pregunta y la lluvia de opiniones comienza. En algún momento se le pide su opinión a Joaquín. Él responde abiertamente y añade, con tranquilidad: “además, para mí que sea con un hombre o con una mujer es igual”. A lo que yo respondo: “exacto, chócalas”, y celebramos con la palma de nuestras manos.

Un ente dentro de mí aplaude con entusiasmo. En realidad, este detalle podría haber pasado desapercibido en la conversación, y eso es lo maravilloso: tanto Joaquín como yo hemos normalizado hablar de nuestra atracción hacia hombres y mujeres.

Y aunque los demás no lo noten, mi corazón se expande. Con el sonido de ese aplauso y la naturalidad de este momento, me siento más completa, orgullosa y feliz. Estando aquí reconozco la hermosura de ser sostenida por un grupo de personas, en lugar de un edificio, no es que sea mejor, simplemente es diferente y maravilloso.

En la libertad del presente, mi florecimiento.